“Nuestra integridad vale tan poco, pero es todo cuanto realmente tenemos;
es el último centímetro que nos queda de nosotros. Si salvaguardamos ese centímetro,
somos libres”. V de Vendetta
Sartre afirmaba que “el hombre nace libre, responsable y sin excusas”. Si esto es verdad, la libertad debería ser un derecho congénito. No obstante, los hombres pueden ser libres por derecho aunque de hecho sean esclavos. Lo que coincide con la idea de Rousseau que sostiene que “el hombre ha nacido libre y por doquiera se encuentra sujeto con cadenas”.
El personaje Gregorio Samsa de La Metamorfosis de Kafka se convierte en insecto, metáfora de una vida inferior a la humana, de una existencia que ha perdido el control sobre sí misma. Con su literatura claustrofóbica, Kafka describe la naturaleza opresiva de una sociedad autoritaria y burocrática, una maquinaria institucional abrumadora que arrebata el significado a la vida humana.
La mayor dictadura no es la que se impone solo por la fuerza, sino la que logra instalarse en nuestras almas. Vivir en dictadura nos condena vivir en miedo y la mayor tiranía es la que debilita nuestra voluntad. Es por ello que el propósito de los opresores consiste en despojar de valor a los ciudadanos y establecer la sumisión. Si el miedo produce frustración e impotencia, la opresión genera un estado de ánimo depresivo.
Sin embargo, no está todo perdido. Según Eric G. Wilson, en su libro Contra la felicidad, en defensa de la melancolía, podemos extraer sabiduría en la pesadumbre. La tristeza es un derecho que la humanidad adquirió al mismo tiempo que la felicidad. Esa melancolía de la que habla Wilson ha sido fuente de inspiración para todas las artes desde el inicio de los tiempos. ¿Qué es si no la catarsis descrita por Aristóteles como purificación emocional, mental y espiritual?
Orwell y la desesperanza
George Orwell (1903-1950), quien se ha vuelto muy popular últimamente en virtud de la emergencia del concepto de posverdad, denunció valientemente el totalitarismo. Su novela Rebelión en la Granja (1945), una pieza maestra de la sátira política, caricaturiza al estalinismo en registro de fábula y predice su eventual caída. Cuatro años después publica 1984 (1949), novela donde no hace uso de la sátira ni de la fábula, sino que describe con rasgos oscuros el totalitarismo en un registro de ciencia ficción distópica. Al regresar al tema del estalinismo, culmina con una visión pesimista frente a la dictadura del Partido.
El argumento de 1984, parte del supuesto de que para los totalitarismos “el poder no es un medio sino un fin”. No se obtiene el poder para servir al pueblo, sino para obtener los beneficios del sometimiento de la población. El comunismo es un régimen de dominación en nombre de la libertad de la clase obrera, por tanto no es la utopía del bienestar de los proletarios, sino por el contrario la servidumbre de los trabajadores subordinados a sus dirigentes. Para la época en que Orwell publica 1984, ya había participado en la guerra civil española y visto el ascenso y la caída del nazismo. La Unión Soviética había salido triunfante de la Segunda Guerra Mundial, por lo cual era de esperar que su existencia se prolongase en el tiempo y su influencia se expandiese por toda la superficie del planeta. Las democracias occidentales no parecían lo suficientemente fuertes para resistir el embate de la expansión de esta ideología.
Orwell describe, en 1984, una “sociedad cerrada” (Poper), vigilada por el Gran Hermano y la Policía del pensamiento. El Partido tiene el monopolio de la verdad: “la historia era un palimpsesto borrado y reescrito cuantas veces fuese necesario”. En consecuencia, el Partido redefine una y otra vez lo que se debe tener por realidad.
Winston, el protagonista, es un funcionario menor en el Ministerio de la Verdad, encargado de modificar los registros históricos. Los escrúpulos morales hacen que se rebele y en secreto intente fijar la verdad histórica en su memoria. Esta rebelión interna lo hace tomar conciencia de sí mismo y distanciarse de manera crítica del aparato político.
Un momento decisivo en la novela es su encuentro con Julia, una compañera del Ministerio de la Verdad con quien comparte la aversión por el régimen y, posteriormente, su amor. Con ella consolida el propósito de “construir un mundo secreto donde podría elegir su propia vida”. Ambos hacen contacto con la resistencia para sumarse a la lucha contra la dictadura, sin saber que ésta es una trampa del propio Partido para atrapar a los espíritus indóciles.
Las dictaduras tradicionales se conforman con el poder diferenciándose del totalitarismo, que además exige fidelidad a un ideal compartido de un absoluto sometimiento al Estado. Aparte de los cuerpos, demanda la total rendición de las almas.
Winston y Julia son hechos prisioneros en la cárcel del Ministerio del Amor, donde sufren tortura física y mental. A pesar de su resistencia interna, son doblegados por el tormento y terminan por renunciar a su dignidad. Al quedar roto su espíritu, regresan a su vida ordinaria como espectros de sí mismos, renunciando para siempre al amor y la esperanza. Avergonzados, su romance se hace imposible. Es el triunfo del totalitarismo en el alma de Winston: el personaje deviene en insecto kafkiano.
El desenlace de 1984 es pesimista, y nos hace pensar que no hay salida. Orwell describe un cuadro amargo y desesperado, con la probable intención de despertar nuestra conciencia. De manera paradójica, la clave para entender esa conclusión fatalista nos la brinda Kafka, poeta del derrotismo metafísico: «Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?» (Carta, dirigida a su amigo Oskar Pollak, del 27 de enero de 1904).
Havel y la esperanza
Praga es el lugar de nacimiento de Vaclav Havel, personaje clave en el camino de la libertad de su pueblo. Havel fue un dramaturgo, combatiente por los derechos humanos. Le tocó la suerte histórica de ser el último presidente de Checoeslovaquia y el primero de la Republica Checa. Murió el 18 de diciembre del 2011, después de haber logrado la transición del totalitarismo a la democracia.
Al arribo de la “Primavera de Praga” en 1968, ya era un autor de prestigio. Apoyó las reformas de Alexander Dubcek, presidente de Checoslovaquia para ese entonces, que provocaron la invasión soviética en agosto de ese año. Havel se opuso públicamente a la ocupación, y como castigo, las autoridades prohibieron sus obras.
Debido, a la defensa de los derechos humanos a lo largo de la década del setenta, Havel fue hostigado y encarcelado en sucesivas ocasiones.
El régimen comunista de Checoeslovaquia incumplió una serie de compromisos que había adquirido al ratificar la Declaración de la ONU sobre Derechos Humanos el año 1976. Ese hecho dio lugar al movimiento “Carta 77” en 1979, en el que Havel fue uno de sus fundadores. Como consecuencia, las autoridades lo acusaron de sedición y fue condenado a prisión ese mismo año.
Al ser liberado en 1984, continuó sus actividades políticas opositoras. En 1989, debido al gran prestigio que había adquirido, fue elegido líder del grupo opositor “Foro Cívico”, que se convertirá en el principal partido político de la transición checoslovaca a la democracia,
A partir de la Perestroika y el Glasnost en la URSS, los regímenes comunistas de los países satélites del bloque soviético entraron en crisis y comenzaron a caer. En septiembre de 1989, como consecuencia de la “Revolución de Terciopelo”, le tocó el turno al régimen comunista checoslovaco, hecho que condujo a la elección como presidente de Havel. El nuevo líder de la nación tenía como objetivo devolver a sus compatriotas el control de sus vidas. La libertad era eso: la posibilidad de tomar decisiones sin coerción ni miedo. Al igual que Hannah Arendt, Havel pensó que no se podía permitir que el mundo repitiera los horrores del totalitarismo.
El poder de los sin poder
La “Revolución de Terciopelo”, estuvo inspirada en un libro filosófico que Havel escribió con el sugestivo título: El poder de los sin poder (1978), donde estudia la naturaleza intrínseca del totalitarismo para entrever las posibilidades de una rebelión contra el mismo.
El argumento del libro es ilustrado por Havel con un ejemplo. Se trata de un ciudadano común, el director de una humilde tienda de verduras, quien pone en el escaparate, entre las cebollas y zanahorias, el eslogan: «¡Proletarios de todo el mundo, uníos!» (Cap. 3). El tendero no sabe que es cómplice de su propia opresión, víctima de la función originaria de la ideología, la de servir de coartada, la de brindar “la ilusión de estar en consonancia con el orden humano y el del universo” (Cap. 3). Hasta que un buen día, nuestro hombre sufre una crisis y se harta de la manipulación ideológica.
Un impulso visceral lo empuja a rechazar la falsedad en la que ha estado comprometido. “Deja de ir a votar en elecciones que no son elecciones; comienza a decir en las asambleas lo que piensa de verdad y encuentra en sí la fuerza para solidarizarse con quienes su conciencia le lleva a hacerlo.” (Cap. 7). De alguna manera, nuestro verdulero se ha hecho libre pues ha decidido luchar contra la opresión. Como decía Carlos Fuentes: “No existe la libertad, sino la búsqueda de la libertad, y esa búsqueda es la que nos hace libres”.
A veces, la lucha da resultados felices. Así ocurrió en el caso de la Republica Checa. Fue un trayecto difícil, pero triunfó la democracia gracias a que Havel, un escritor sin experiencia política, se reveló como gran estadista. Y fue posible porque aprendió de su propia experiencia como marginado político, aun cuando dicha experiencia no dejó en él resentimiento; por el contario, pudo transformarla en una acción basada en los valores y principios.
La recuperación del poder
El miedo puede convertimos en insectos, conducirnos a un estado de desesperación y frustración. El desafío está en crecernos ante la situación. Recuperar la dignidad perdida, y comenzar a luchar, es decir, ampliar la conciencia.
A pesar de que Havel describe un régimen que es tan opresivo como el de 1984, demostró que se le puede hacer frente con el desarrollo de la conciencia, lo cual implica el aprender de los errores, de las derrotas, y de ahí extraer la paciencia y la claridad de objetivos, inspirados en la rectitud de principios.
¿Quiénes pueden ser los “sin poder”? Los insectos kafkianos. ¿Y en qué consiste su poder? En la posibilidad de dejar de “vivir en la mentira”, la esperanza de recuperar la dignidad y la libertad interna; en otras palabras, en perder el miedo.
La historia de la película V de Vendetta (James McTeigue, 2005) se desarrolla en una Gran Bretaña futurista gobernada por un régimen fascista. Una sociedad distópica como la de 1984. Un luchador por la libertad, solo conocido como V, se enfrenta al régimen totalitario. En su gesta libertaria, conoce a la joven Evey (Natalie Portman), quien se hace su amiga y aliada. Al comienzo, Evey se muestra temerosa. Le confiesa a V: “Lo siento, no soy una persona fuerte. Ojalá no tuviera miedo todo el tiempo, pero lo tengo”. Después de eso es atrapada y confinada en una celda de la policía secreta en la que es torturada para que revele el escondite de V. Evey resiste de forma heroica. Pero al cabo de un tiempo, descubre que todo ha sido un montaje de V para enseñarle a desprenderse del miedo.
A pesar del disgusto que siente por haber sido engañada por V, Evey tiene que reconocer que ha vencido sus temores. La lección de V es que el dolor puede conducir a la liberación del miedo. Como consecuencia, los sin poder pueden perseguir sus objetivos convertidos en legión, tomando fuerza del otro, hasta lograr convertirse en un contingente invencible.
es el último centímetro que nos queda de nosotros. Si salvaguardamos ese centímetro,
somos libres”. V de Vendetta
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